Una segunda vida para Ousman

Un joven ghanés recorre una dura travesía de 11.000 km hasta Barcelona, donde es adoptado por una familia

Ousman Umar sobrevivió al viaje hasta costas españolas, y quiere evitar que otros arriesguen su vida del mismo modo

Ousman Umar ha fundado Nasco Feeding Minds

Soy de Fiaso, Ghana. Un pueblo de cien habitantes, entre Techiman y Nkoranza. En Ghana tenemos 42 dialectos de distintas tribus, y nunca ha habido un enfrentamiento civil. Aquí en Catalunya, con dos lenguas, ya nos peleamos. Dejé la escuela para trabajar en el campo y con el ganado. Mi madre murió en mi parto. Si esto pasa, en África existe la creencia de que el espíritu del niño es maligno, y lo tiran. Mi padre era el chaman del pueblo, y virrey de su tribu. Era un hombre respetado, y nunca dio el visto bueno para que me tirasen, nadie me puso la mano encima.

Un día vi un avión cruzar el cielo, y le pregunté a mi padre: “¿Qué es esto?”. Me dijo que lo hacia “el hombre blanco”. Aquí nació mi sueño por conocer Europa. En la travesía hasta España descubrí que el verdadero cementerio es el desierto, no el Mediterráneo. Una vez en Barcelona, la adaptación no fue fàcil. Hasta que una familia me acogió y empecé a estudiar. Primero el bachillerato, la selectividad… y fui a la universidad. He fundado una oenegé: Nasco Feeding Minds. El objetivo es dar acceso a la educación en Ghana. Hay que alimentar las mentes.

La travesía de Ousman desde su pueblo natal hasta Catalunya está repleta de giros inesperados. Un toma y daca entre la suerte y la desdicha, una lucha por la supervivencia que no encontró final hasta la adopción por una familia de Barcelona. Ousman abandonó Fiaso, en Ghana, muy pequeño: “La gente del pueblo siempre decía a mi padre que me enviara a Techiman. Y así fue. Nunca sabré la verdad, pero creo que así se sacudió un problema de encima. Fui al taller de un tío para aprender chapistería. Sólo comía cuando había propinas. Pasé mucha hambre”.

“Cruzábamos el desierto del Sahara viendo cadáveres de personas muertas en el intento”

Ousman vio que con su tío no avanzaría. Así que se desplazó a Kumasi. “Vivía en el taller donde trabajaba, en mezquitas o donde podía. Quería ser el primer ayudante, el Alhaji Mahama, pero pronto volví a irme. Uno de los trabajadores abrió su propio taller en Tema, el puerto de Ghana. Me pidió que fuera con él y acepté. En Kumasi apenas comía. Buscaba una vida mejor. En Tema veía llegar barcos al puerta y mi sueño por conocer Europa se reforzó. Una vez vi un partido del Barça. Supe que quería ir a Barcelona”.

El joven aprendiz de chapista consiguió reunir suficiente dinero para ir a Libia: “Así caí en la trampa”, confiesa. “Antes de emprender este viaje, me despedí de mi padre. Él tenía una chica para mí, para que nos casáramos. Pero quería irme. Y me fui. Volví a Kumasi en tro tro… una vez allí un camionero que llevaba mercancías del puerto hacia los países del interior me llevó a Níger. Después, Niamey y, tras dos días, Agadez”. Las mafias en esta parte de África son oportunistas que buscan sobrevivir a costa de las personas que huyen a Europa. “En Agadez nos dijeron que allí empezaba el desierto del Sahara. Íbamos en tres todoterrenos. Nos dieron cinco litros de agua para cruzar el desierto”.

Corría el año 2004, y la política de inmigración europea se centraba en prevenir los posibles flujos de inmigración desde los países de tránsito y de origen. “Daban dinero a la policía de países como Marruecos por cada inmigrante interceptado. Nos devolvían a nuestro país de origen”. Así Ousman descubrió que existía el pasaporte. “La policía nos interceptó, fiché más de diez veces. Te llevaban al sur, y te abandonaban en Subrige. A los pocos días llegaban otra vez las mafias. A cambio de dinero, volvían a subirte. ¿Cómo sabían dónde y cuándo la policía te había dejado?”. En otra ocasión esperaron días enteros en el desierto. “Cruzábamos el Sahara viendo cadáveres de personas muertas. El agua se acabó, meábamos en la cantimplora. Al principio da asco, pero llega un momento en que el éxito es mear. De 46 personas llegamos 6 a Isir, en Libia. No llegué por mi propio pie. Me desperté bajo una fuente”.

Desde Isir fueron a Baragat, Gat, Aurinet, Ovari, Sabha, Tripoli y Bengazi. En cuatro años Ousman ahorró 1.800 dólares soldando barcos. “En Bengazi los negros vivíamos en guetos que llamábamos Kish. Allí te enterabas de las oportunidades para llegar a Europa”. Huyeron a Argelia para llegar a Marruecos. Salieron dos pateras, Ousman iba en la segunda y su amigo Musa en la primera. Habían ido juntos todo el viaje. “La patera de Musa se hundió. Por algún motivo, el hombre que pilotaba mi embarcación decidió volver a tierra firme. Regresando a la orilla vimos los cadáveres flotando en el mar”. En otro intento consiguieron llegar a Fuerteventura. “Estuvimos 48 horas navegando a la deriva. A veces morimos de agonía. En dos minutos me moriré… los pasas. En cinco minutos me moriré… aguantas. Así días. ¡Qué satisfacción tocar tierra firme! Fue una alegría muy grande”.

“De repente había gente que se preocupaba por mí; tenía miedo; ¿qué querían de mí?”

En Fuerteventura le hicieron una prueba para determinar su edad: 17 años. “¿Por qué no 18? No lo sé”, se pregunta. Al ser menor la ley internacional le ampara y no pueden mandarle de vuelta a África. Desde Fuerteventura a Málaga. “Me preguntaron en qué lugar de España quería residir. No entendia el idioma, así que dije ‘Barça'”. Llegó a Barcelona el 2005, solo. “Duermo en la calle. El segundo día al amanecer me acerqué a una señora. Le pregunté cómo podía ir a la Cruz Roja. Sacó el móvil y llamó a su marido. Me hicieron mil preguntas; les conté mi historia. Me dieron un mapa y su número de teléfono. Esto último fue mi salvación. Sólo la conocía a ella y a su marido. Tenía muchos documentos, pero no sabía leer”.

Montse y Armando, un matrimonio de Barcelona, se ofrecieron a ser sus tutores legales hasta los 18 años. “De repente había gente que se preocupaba por mí. Tenía miedo. ¿Qué querían de mí? La primera noche en casa fue la más difícil. Mi madre me cambió la ropa, me duché y me puso el pijama. Me acompañó a la habitación, me metió en la cama como a un niño y me besó en la frente. Apagó la luz, y salió de la habitación. Toda la noche llorando. El mundo me cayó encima. ¿Por qué he tenido que sufrir tanto? ¿Qué he hecho mal? Y, ¿por qué yo? Al final entendí que la pregunta era ¿para qué? Musa era buen tio. Otros compañeros también. Y murieron. ¿Qué puedo hacer?”. Ousman llegó a la conclusión que había de dar voz a todas esas vidas que se pierden en el camino. Así nació la oenegé Nasco Feeding Minds. “Ayudar a África no es poner un plato de arroz sobre la mesa, es alimentar la mente. La educación puede transformar África”.

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